miércoles, 25 de diciembre de 2013

...De cuando no solo se vuelve a escribir en un blog... Navidad 2013.



...El ser humano cuenta entre sus cualidades, con una indiscutible,  objetiva y alejada de cualquier debate, que es la capacidad de adaptación.  Nos adaptamos a casi todo: al frío, al calor, a lo bueno, a lo malo, a lo que nos gusta y a lo que no.  Es obvio que la facilidad de adaptación es mayor si la circunstancia en particular nos es favorable, pero esto no deja de ser ni bueno ni malo ni todo lo contrario.  Sin querer filosofar mucho y como todos sabemos, la rutina de lo bueno también tiene su lado malo.

Uno se puede acostumbrar a renunciar a algo que le gusta, como a salir al monte o a no escalar. Al principio le cuesta, luego se resigna y al final se va olvidando de lo mucho que le gustaba o de porque no podía pasar sin las sensaciones que le aportaba.   Pasado un plazo, un día las cadenas vuelven a aflojarse y vuelve a ser dueño de parte de su tiempo.   Entonces, puede que de  vértigo (como dice Sabina) volver a lugares donde fuiste feliz. Sientes pereza, dudas y hasta miedo de haber perdido el sitio. Ya no te consideras a ti mismo un escalador y quizás ya no vuelvas a serlo.  Quizás haya cambiado todo.

Hablo en tercera persona, pero es también mi historia, el volver a encadenar un 7a no era la cuestión, la cuestión era, si seríamos capaces de volver a juntar las piezas del puzle, de volver a encontrar el sitio que un día tuvimos que dejar y si nos volverían a saber igual las raciones y las cañas en El Manolo, La Jara o el Sol Horrin.

Después de año y medio de haberme alejado gradualmente de todo lo que tuviera que ver con la escalada, Pepa había engordado y parecía más vieja, Gema y yo no compartíamos más que una pequeña parte del fin de semana y mi única válvula de escape era la bici.  Todo lo ocupaban los malditos libros y entre otras, la bendita ley 30/1992.

El día 1 de junio se aflojaron mis cadenas, a finales de julio cruzando el desfiladero de La Hermida me enteré de que esas cadenas tardarían en volverse a apretar, y un anuncio en el Boletín del 30 de septiembre me liberó de ellas para siempre.  Para entonces ya nos habíamos quitado algún kilo de encima y a las suelas de nuestras botas un par de milímetros de goma.   La Pedriza y Picos son buenos lugares para "renaturalizarse"... y aunque estábamos en el camino, no escalábamos.

Quirós, la escuela de escuelas  en mi particular jerarquía de lugares (excluyendo a La Pedriza), nos vio volvernos a poner los pies de gato, pero solo fue algo fugaz... no era el momento aún.  La Pedriza en pleno agosto nos vio intentarlo de nuevo, pero la cosa seguía sin coger ritmo, aun así, nosotros seguíamos sudando la gota gorda rumbo a sectores sombríos como La Cueva de La Mora o Cancho Islazo, y un día dejamos de ir contracorriente y volvimos a Patones y ya no dejamos de fallar a nuestra cita semanal con la roca.  Por el camino, a pesar de no ser yo un tío especialmente sociable, apareció "El Sota" a pocos metros del refugio de Collado Jermoso y volvió a repetir con nosotros nuestra conexión asturiana: Manu.


El Domingo, en una pequeña glorieta junto al Casa Julián en La Pedriza, pasaban los minutos junto a Zulema, Javi, Susana, Enok, y por supuesto Gema y Pepa.   El Moli y Virginia estaban en camino y yo me desesperaba con buen humor porque eran las doce y no arrancábamos a ninguna parte.   No todos ellos son amigos, pero todos sin excepción son gente muy querida y tan necesaria en la escalada como la propia roca.

Un poco de "cara de acelga", muchas risas más tarde y tres pegues a un 6c+ que en mi mejor momento me había resultado imposible, me vuelven a poner en el camino, "Soy capaz de hacer esto" que más da si la encadeno hoy o mañana o ningún día, esto es lo que me gusta hacer, este es mi sitio y esta gente que va y viene es mi gente.
Molina y Javi visualizan los pasos de "Carnes Prietas" y "Huesos Duros" en La Bola junto a Musgogénesis.

Uno se llega a acostumbrar a cosas extrañas, pero cuando vuelve a ganarse su espacio en el lugar en el que le gusta estar y  recupera lugares, personas y hábitos,  entonces  esas costumbres suponen su modo de vida y el espacio que ocupan los límites de su libertad.

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