lunes, 25 de marzo de 2019

Bitácora Vertical en globo

 
Dicen que en esta vida hay que tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro y montar en globo... Que si no haces al menos estas cosas es como si no hubieras estado aquí.

Gema ha escrito una tesis. Yo, de cuando en cuando, tecleo cosas en Bitácora Vertical (el mejor blog de la historia) y, en nuestra terraza carabanchelera a falta de jardín, convivimos con una buena selección de árboles que hemos plantado en macetas.  Resumiendo: se puede decir que teniendo resuelto el tema del libro y el de los árboles, nos faltaba montar en globo y tener un hijo para certificar que estamos teniendo una vida, y que la disfrutamos todo lo que podemos. Lo del hijo... en fin, tampoco hay que creerse todo lo que dicen.

A veces las oportunidades llegan sin buscarlas, son pequeños regalitos de la vida en compensación por esos otros momentos en los que te endiña una buena bofetada a mano abierta.

Esa oportunidad llegó, se la ofrecieron a Gema y a mi me aceptaban a bordo como consorte. En esas, a ver quién le pone pegas a tener que estar a las 7 de la mañana en Segovia o a tener que levantarse a las 5 un sábado, cuando lo que tienes por delante es la posibilidad de dar un paseo por las nubes a bordo del invento que permitió al hombre volar por primera vez allá por 1783.  

A las cinco de la mañana, es bastante probable que en otra época hubiéramos estado aun dando botes en algún "pafeto" lleno de humo con una copa agarrada bien firme en la mano.  La vida es un viaje con estaciones que hay que saber disfrutar y de las que hay que saber despedirse. No añoro nada de aquello pero me alegro de haberlo vivido como lo viví. En realidad, lo más importante de las etapas que se van viviendo es con quien se vivan y yo en eso tengo desde hace unos años mucha, mucha suerte.

Como somos un desastre, salimos de Madrid bastante por encima del horario menos optimista y el GPS calculaba una hora de llegada a Segovia más allá del horario límite. Eso  me obliga a pisar el acelerador de La Fiera por encima de los legal y volar por el asfalto mientras el estrés diluye el sueño y se echa una carrera contra el minutero del reloj.
 


Cuando llegamos al campo de despegue apenas superamos en 8 minutos las 7 de la mañana, por suerte, los de la compañía globera saben de la impuntualidad endémica en esta piel de toro y convocan a los pasajeros con bastante margen de tiempo para asegurarse la presencia de todos en el momento del despegue.

De hecho, cuando llegamos, aun se están desplegando las telas de la mayor parte de los globos y sólo unos pocos están iniciando el proceso de inflado.

Nos reunimos en el campo de despegue con Paloma, compañera de globo y de trabajo de Gema,  con su hija y con su chico que han venido a acompañarla, y que nos harán el grandísimo favor de cuidar de Pepa mientras dure nuestro paseo por las nubes.

 Aun está amaneciendo pero ya no queda nada de sueño en nuestros cuerpos.

Segovia al amanecer desde el campo de despegue.
 
Pepa es muy afortunada de quedarse al cuidado de estos chicos tan estupendos.  Muchísimas Gracias Arancha y Toñín.

10 de los 12 pasajeros de nuestro globo, falta el piloto y el mecenas que estaba haciendo la foto  (gracias, gracias, gracias).
Paseando con Pepa por el campo de despegue.
 
De entre todos, por fin nos señalan la que será nuestra aeronave.  Poco a poco infla sus músculos y se prepara para acogernos.

Esta foto parece un pasada por Photoshop o sacada de un decorado, pero es tal cual, un disparo afortunado.

Se va acercando la hora.  Las máquinas aerostáticas están casi listas.

Por fin nos llega el turno de embarcar o englobar o como quiera que se diga.

Mientras embarcamos otros globos van izando el vuelo. Pronto nos uniremos a ellos.

Nuestro piloto ofreciendo las instrucciones de aterrizaje. Este caballero es un crack en lo suyo y el acto de aterrizar no fue más brusco que el de apoyar el pie en el suelo al dar un paso.

Primeros globos al aire... pronto nos uniremos a ellos.

¡Globo al aire!

Desde el aire vemos a Arancha y Toñín marchar a darse una vuelta con Pepa

Campo de despegue desde el aire

Poquito a poco nuestra vista no encuentra más obstáculo que el horizonte.  Alcazar de Segovia con Zamarramala al fondo.

Iglesia de la Vera Cruz.  La foto no vale nada, pero esta pequeña iglesia tiene una historia de lo más interesante.

Esto es la famosa "vista de pájaro" que ahora compartimos con ellos.

Muy al fondo y entre la bruma, se distingue perfectamente el acueducto de Segovia.  De haber tenido otros vientos nuestro rumbo nos hubiera llevado a cruzar la ciudad.

Desde la barquilla del globo particpamos asombrados de la magia de volar sin ruido y a perspectivas que normalmente no nos pertenecen.

Pronto llegará el momento de perder altura y volver a poner los pies en la tierra.

A la hora de aterrizar, los globeros buscan el sitio donde el impacto sea menor y no altere la paz con los propietarios de las tierras de cultivo.  En nuestro caso, el campo en barbecho que asoma a la izquierda de la imagen.

Llegado el momento, a tavés de una maroma, se descubre la cúpula del globo para permitir que escape el aire caliente.



Una vez aterrizados toca arrimar el hombro colaborando en el plegado del globo bajo las instrucciones de nuestro piloto y la asistencia de tierra que nos viene a buscar.
 
Como celebración del vuelo, y como manda la tradición iniciada tras el primer vuelo tripulado por Pilâtre de Rozier y el Marqués d’Arlandes, somos invitados a champán y a un pequeño tentempié que es bien recibido por nuestros estómagos vacíos.
 
Para completar la mañana, nos falta ser trasladados de vuelta al campo de despegue y reencontrarnos con Pepa, Arancha y Toñín. El indispensable paseo a pie por esta bonita joya castellana y terminar de rellenar nuestros vacíos estómagos con un buen desayuno en la plaza de la catedral.
 
Tienen razón quienes dicen que darse una vuelta en globo, es algo que no hay que perderse al menos una vez en la vida. Nosotros nos lo habíamos llegado a plantear cuando visitamos Capadocia, en nuestro viaje a Turquía, pero en aquella ocasión, nos acabamos conformando con disfrutar del también muy recomendable espectáculo de ver los globos despegar al amanecer.  
 
Quien nos iba a decir  que un día seríamos nosotros los pasajeros de una de esas barquillas, y que sería en Segovia donde nos daríamos nuestro primer paseo por las nubes.  Lo que está claro, es que nunca olvidaremos este día que ya forma parte de nuestra historia personal.